César Díaz
También el caracol 

Leyendo a Levrero, me encuentro con esta frase que bien podría haber usado César Díaz en su libro En la semilla ya está el aroma: “No estoy escribiendo para ningún lector, ni siquiera para leerme yo. Escribo para escribirme yo; es un acto de autoconstrucción”. La cita de Levrero puede servir para ingresar en este libro, un libro que funciona como un ajuste de cuentas con el pasado y que enmascara los filtros que separan la memoria de los mecanismos de la ficción. No hay una historia, hay muchas pequeñas historias, con un denominador común: la voz del narrador, que se ramifica, que se expande. Narra en primera persona, en forma fragmentaria, incluso caprichosa, unas pocas situaciones, recuerdos comprimidos, donde la vida se nos presenta sin énfasis, pero con una tristeza contenida que atraviesa cada frase, cada imagen. César Díaz escribió un libro que invita a espiar sin pudor en la intimidad de un hombre que necesita reencontrarse con su propia experiencia.

“Algún día, si es que aún no lo hice”, escribe, “me despediré así de mis hijos. Del mismo modo que he podido saludar a mamá, saludar a papá. Dejarlos ir. Que me dejen ir”.

Volviendo a Levrero, esta cita, que también podría ser una cita de César Díaz: “No me fastidien con el estilo ni con la estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida”. En la semilla ya está el aroma va más allá del artificio de la ficción. Es una novela, pero también es un libro de poemas, una crónica, una autobiografía y, por qué no, un espejo donde mirarse las partes del cuerpo y de la memoria que fueron mutiladas por la furia del tiempo.

Ariel Bermani

EN LA SEMILLA YA ESTÁ EL AROMA

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César Díaz
También el caracol 

Leyendo a Levrero, me encuentro con esta frase que bien podría haber usado César Díaz en su libro En la semilla ya está el aroma: “No estoy escribiendo para ningún lector, ni siquiera para leerme yo. Escribo para escribirme yo; es un acto de autoconstrucción”. La cita de Levrero puede servir para ingresar en este libro, un libro que funciona como un ajuste de cuentas con el pasado y que enmascara los filtros que separan la memoria de los mecanismos de la ficción. No hay una historia, hay muchas pequeñas historias, con un denominador común: la voz del narrador, que se ramifica, que se expande. Narra en primera persona, en forma fragmentaria, incluso caprichosa, unas pocas situaciones, recuerdos comprimidos, donde la vida se nos presenta sin énfasis, pero con una tristeza contenida que atraviesa cada frase, cada imagen. César Díaz escribió un libro que invita a espiar sin pudor en la intimidad de un hombre que necesita reencontrarse con su propia experiencia.

“Algún día, si es que aún no lo hice”, escribe, “me despediré así de mis hijos. Del mismo modo que he podido saludar a mamá, saludar a papá. Dejarlos ir. Que me dejen ir”.

Volviendo a Levrero, esta cita, que también podría ser una cita de César Díaz: “No me fastidien con el estilo ni con la estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida”. En la semilla ya está el aroma va más allá del artificio de la ficción. Es una novela, pero también es un libro de poemas, una crónica, una autobiografía y, por qué no, un espejo donde mirarse las partes del cuerpo y de la memoria que fueron mutiladas por la furia del tiempo.

Ariel Bermani